Una nueva publicación confirma la antigüedad de la conexión que dio lugar a un fenómeno biológico sin precedentes.
Por Leopoldo H. Soibelzon*
Desde hace miles de millones de años trozos de corteza de nuestro planeta denominados placas se han ido separando, desplazando y chocando unos contra otros, provocando grandes cambios en la composición fisicoquímica y biológica de los mares y continentes.
Uno de estos acontecimientos provocó la elevación del Istmo de Panamá (según la Real Academia Española un istmo es una lengua de tierra que une una península con uno o dos continentes), y produjo dos efectos contrarios: el aislamiento de los océanos Pacífico y Atlántico -que previamente conformaban un enorme océano que fluía entre América del Sur y del Norte- y la conexión física de las Américas -separadas durante decenas de millones de años-.
El efecto sobre los seres vivos fue espectacular. Las biotas marinas que antes se mezclaban libremente entre el Caribe y el Pacífico se vieron aisladas totalmente y comenzaron vías evolutivas independientes. Aún más llamativo es lo que sucedió con la fauna terrestre, que es conocido como el Gran Intercambio Biótico Americano (GIBA). Esta unión, primero discontinua a través grandes islas y luego continua, permitió que gran cantidad de organismos norteamericanos -especialmente mamíferos, entre los que se incluye al hombre- migraran hacia América del Sur, mientras que otros sudamericanos lo hicieran en sentido opuesto, hacia América del Norte.
De esta manera las comunidades se alteraron radicalmente, produciendo eventos macroevolutivos de trascendencia, entre ellos grandes extinciones y aparición de nuevas especies. Tanto es así que la mitad de las especies de mamíferos que habitan actualmente en América del Sur son de abolengo norteamericano. Especies tan típicas de nuestro continente como las llamas, guanacos, zorros, tapires, pecaríes, pumas, ciervos y muchos otros, tienen un origen alóctono, es decir, no autóctono.
Desde hace muchos años existe un consenso entre los investigadores respecto de la antigüedad de la conexión definitiva entre las Américas: alrededor de 3 millones de años atrás.
En 2013 y 2015 respectivamente, los investigadores Christine Bacon de la Universidad de Gotemburgo, Suecia, y Camilo Montes de la Universidad de Los Andes, Colombia, propusieron que la conexión era mucho más antigua. Considerar esta opción implica contradecir una enorme cantidad de evidencias geológicas, neobiológicas y paleobiológicas (marinas y continentales).
Ahora, un equipo compuesto por investigadores de 23 instituciones de América del Norte y del Sur, liderado por Aaron O´Dea, del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales, en Panamá (STRI, por sus siglas en inglés), acaba de presentar los resultados de sus líneas de investigación en la revista Science Advances. Se trata de un exhaustivo y riguroso análisis sin precedentes de la evidencia paleontológica, geológica, ecológica y genética que confirma que la antigüedad más probable del establecimiento definitivo del istmo fue alrededor de 2,8 millones de años atrás.
El estudio utiliza tres piezas de evidencia clave para definir cuándo se formó finalmente el puente terrestre:
– El análisis de los árboles genealógicos de organismos marinos de aguas poco profundas, como peces y equinodermos a cada lado del istmo, Pacífico y Caribe (Atlántico), muestran mezcla genética hasta después de 3,2 millones de años atrás.
– Las aguas superficiales del Pacífico y del Caribe se mezclaron hasta hace unos 2,8 millones de años atrás, como se establece a partir de datos químicos y el estudio del plancton en los sedimentos oceánicos profundos.
– Las migraciones masivas de animales terrestres entre América del Sur y del Norte se iniciaron en algún momento cercano a los 2,7 millones de años atrás.
Según O’Dea, “las estimaciones de las tasas de cambio evolutivo, los modelos de los océanos mundiales, el origen de la fauna y flora modernas de las Américas y por qué los arrecifes del Caribe se formaron, depende de saber cómo y cuándo se conformó el Istmo”.
Mis colegas Alberto L. Cione, Germán M. Gasparini, Esteban Soibelzon y quien escribe conformamos el grupo de científicos argentinos que participó en la confección del artículo. Todos somos investigadores del CONICET con lugar de trabajo en la División Paleontología de Vertebrados del Museo de La Plata y docentes de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP).
Recientemente también hemos publicado un volumen especial que reúne toda la información conocida hasta el momento sobre el fenómeno natural denominado Gran Intercambio Biótico Americano.